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lunes, 7 de abril de 2008

¿A cuánto el yogur?

Desde hace unos días he venido pensando seriamente, y a raíz de los acontencimientos recientes, en cómo elaborar más en detalle la hipótesis y las conclusiones de mi libro "Partidos políticos, construcción nacional y conflicto armado en Colombia (1948-2002)".

Como no se lo leyeron ni mis amigos, me tomo el atrevimiento de autocitarme para que sepan de qué carajos estoy hablando.

La hipótesis que planteé fue que "Colombia [carecía] de una verdadera identidad nacional" y que en gran medida por esta razón, pero también por otras que exploro en dicha investigación, el conflicto armado actual se había desbordado.

Las conclusiones que importa citar para entender las bestialidades que me dispongo a plantear ahora son las siguientes: a) "los déficits educativos de la población, su ignorancia y pasividad política" aceleran la escalada del conflicto; b) nuestra capacidad de "adaptación y resistencia" frente a la violencia y a la violación de las normas potenció estas conductas y c) "ciertas actitudes fuertemente arraigadas entre los colombianos, valoradas de manera equivocada como positivas [como la malicia indígena y la viveza], reproducen comportamientos que agravan el conflicto".

Con esto en mente, pensemos en dos casos que ocurrieron durante este fin de semana. Uno en Cali y otro en Bogotá.

El primero de ellos: un joven caleño se tomó un yogur en un supermercado de su ciudad y al ser interrogado por los administradores del negocio, sorprendido manifestó no tener plata para pagarlo y debió cumplir 24 horas de cárcel. Al final, el juez no encontró méritos para procesarlo.

El segundo: Un borracho le pegó cinco tiros a un taxista porque se coló en la fila para lavar el carro.

Desde mi punto de vista, y acá está el desarrollo teórico que amplía lo que escribí en 2006, creo que el principal problema de los colombianos es que justificamos la transgresión de normas mayoritariamente aceptadas para garantizar la convivencia. Justificamos a quien se toma un yogur y no lo paga (las pelotas!!!, el pelao sabía desde el principio que no tenía con qué pagarlo!!! Y si no tenía bien hubiera podido llamar a su mamá a que le diera los 3000 pesos!!!!, pero claro, seguramente no tenía minutos). Justificamos a quien se salta la cola del cine, o al que se cuela en un concierto. Justificamos al que se salta la entrada en Transmilenio, al que no paga impuestos ("¿para qué pago lo que me corresponde si igual esa platica se la roban?"), al que se pasa un semáforo en rojo ("¿para qué paro si depronto me roban?"- Yo hace rato que no me como un semáforo en rojo, así sean las dos de la mañana, y nunca me han robado nada. En cambio, cuando parqueaba en la calle, que está prohibido, si me robaban).

Y eso no es todo: absolutamente todos los transgresores de normas (la del "pague lo que compre", la de "pague los impuestos", la de "no se robe la platica de los contribuyentes" o la de "no mate"), autojustifican sus actos para mantener de alguna manera generalmente creativa su tranquilidad mental. Castaño justificó siempre las matanzas de los paracos diciendo que si el Estado no podía defender a los colombianos, los colombianos teníamos que defendernos de la guerrilla. "Tirofijo" y compañía justificaron siempre su accionar como consecuencia de la incapacidad estatal de incluir económica y políticamente a millones de compatriotas.

No importa si es un yogur o si son cuarenta muertos!!!! Las normas de convivencia mayoritariamente aceptadas deben cumplirse a rajatabla (y son de este tipo aquellas reglas incluidas en la Constitución y en sus desarrollos jurídicos, aquellas tipificadas en los códigos, y todas aquellas normas de convivencia no escritas cuya validez la dan la costumbre y el sentido común). Señores: a nadie le gusta que se le cuelen en la fila. A nadie le gusta esperar a la gente que llegua tarde a las citas. A nadie le gustaría que alguien que se coma un semáforo en rojo le estrelle el carrito por imprudente. A nadie le hace mucha gracia que le digan mentiras.

Y el tema de que sean mayoritariamente aceptadas es importante. No debemos respetar sólo las normas que personalmente creemos válidas. Debemos respetar todas las que la mayoría de la gente cree sensatas.

Algunos dirán: ¿pero no es más grave matar a cuarenta campesinos indefensos, o robarse $10 millones de pesos del erario público, que robarse un yogur de una tienda o que robarse cds de la oficina, o que matar a un gato porque tenemos miedo que nos prenda la rabia, o que botar basura a la calle?

Mi respuesta es que moralmente no lo es -y que conste que odio usar esta palabra- aunque jurídicamente puede que implique consecuencias más graves para el transgresor. Uno no es "poquito ladrón" o "muy ladrón". No pueden existir escalas para medir esto. Es ladrón el del yogur y es ladrón el congresista corrupto. Es tan asesino el que mata al gato como el que quiebra a los campesinos indefensos.

Quien transgrede cualquier norma mayoritariamente compartida y justifica dicha transgresión, es más propenso a transgredir otra norma. El que le roba $10.000 pesos al papá para irse a tomar con los amigos y lo justifica para no sentirse mal, hasta llegar a ver dicha transgresión como algo normal, es casi seguro que tampoco crea que está mal robar en un supermercado o colarse en una fila. Y donde elijamos a esta persona como concejal, no me quiero imaginar la forma como manejaría el erario público ("pero si apenas me robé 10 millones y el concejal fulanito, que coincidencialmente no es amigo mio y es del partido contrario, se robó 100!!!").

Por eso, en lugar de hacer un debate moral complicadísimo para establecer hasta qué tipo de incumplimientos de normas nos aguantamos las justificaciones de los transgresores, la respuesta debería ser que no nos aguantamos ninguna!!! Ni pal yogur ni pa los terroristas. O es que deberíamos acaso decir: "si se come un semáforo en rojo y no atropelló, mató o dejó herido a nadie, pues bien, pero si estrella a alguien ahi si paila, la cagó y merece castigo"?. No, esto es un exabrupto! Y justificaciones como estas motivan la violación de las normas.

Eso no quiere decir que todos deban ser castigados igual, pero si quiere decir que todos deben ser castigados. Con reprimendas morales, o con penas serias a quienes infringen la ley. Que al que se coló en la fila del cine lo chiflen los que se sientan agredidos y que Cine Colombia no le permita el ingreso a sus teatros en seis meses. Una estupidez dirán: pero al culicagado que le parece chistoso colarse no le va a hacer gracia que su novia lo mire como un culo cuando todo el mundo lo chifle. Que al que se coma el semáforo se le ponga la multa y se le quite la licencia de conducir, que al que consuma algo y no lo pague se le castigue (no sé si con 24 horas de cárcel como al caleño u obligándolo a tomarse todo el stock de yogures vencidos que reposan en las bodegas del supermercado en media hora mientras está sentado en un inodoro sin papel higiénico). Que al que se salte la fila del lavadero de carros no se le atienda, y al borracho que le descarga su pistola porque cree que así defiende su derecho al turno, se le claven todos los años de cárcel que permita la ley y se le obligue a lavar carros durante toda su estadía allí. Que el que llega tarde a una reunión se joda porque quien la convocó la empezó a tiempo, aunque no había quorum. Yo, personalmente, más de una vez empecé mis clases a las y diez aunque no hubiera alumnos, y hasta hice quiz. Todos sacaron cero, y la pregunta era facilísima. Cagada!!! Claro, para poder actuar así, el profesor debe llegar siempre puntual a clase, y eso muy pocas veces pasa en otros casos.

Creo que en la medida en que nos autocastiguemos moralmente, castiguemos a nuestros amigos, familiares y a los infractores que nos rodean y dejemos de justificar cada vez que incumplamos una norma de convivencia mayoritariamente aceptada, o si es posible en la medida en que no transgredamos ninguna norma, sin importar lo inofensivas que puedan parecer los efectos de la transgresión, este país sería mejor y le enseñaríamos a las generaciones futuras que el respeto incondicional por esas normas es lo que verdaderamente construye paz.

La paz no son marchas ni palomitas blancas, la paz son actitudes cotidianas de respeto por las normas mayoritariamente aceptadas.

¿Estoy muy loco? Pueden ser los efectos que conlleva ser hincha del Atlético Bucaramanga durante treinta y pico de años.

Piénsenlo y me cuentan!

1 comentario:

Ana María Hanssen dijo...

totalmente nsync con tus pensamientos(los míos, claro).