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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Rebuscando al Regla (I)

Alguien me dijo que el Regla había jugado en el futbol argentino a principios de la década de los ochenta, lo que motivó la realización de una serie de entrevistas entre el 10 y el 15 de diciembre de 2005 en Buenos Aires, con el fin de entender quién era realmente ese extraño personaje que había conocido tiempo atrás.

La primera persona que contacté fue a Miguel Oswaldo Aguinaldes, un viejo de setenta años que había dicho ser técnico del Regla hace unos veinte. A partir de ahora transcribo, así como me fueron dichas, las respuestas a la pregunta más obvia de todas: Qué recuerda usted del Regla?

MIGUEL OSWALDO AGUINALDES (Técnico de Caminito Juniors en el año 1988): El Regla llegó acá flaquito. Era un pibe que parecía no haber sido bien alimentado durante su juventud. Pero tenía un manejo del balón que envidiarían casi todos los equipos de nuestra categoría. Cuando vino a Buenos Aires venía muy bien referido por el gordo Danny, un argentino que desde hace años vivía en Bucaramanga, su ciudad natal, y que me dijo unos pocos meses antes de finalizar el clausura de 1988, que este colombianito podía ser lo que estábamos buscando para salvar la categoría.

GUILLERMO GENE (Amigo y futbolista de Caminito Juniors): El Regla era una buena persona. Y siempre dijo las cosas como son. Recuerdo la primera Navidad que pasó en la Argentina que visitó a mis viejos como agradecimiento por haberle invitado a un par de asados antes del cierre del torneo. No tuvo problema en decirle a alguno de los pibes: “El que te trae los regalos es tu papi, no creas en boludeces”. El Regla hizo hombre a alguno de mis primos, no quiero saber a cuál.

CAROLINA AMAYA (Primera novia argentina del Regla): Le conocí en la cancha. Mi anterior novio era su compañero en el ataque. Era un tipo raro. El Regla me empezó a gustar el día que me confesó haberse disfrazado de Power Ranger y bailado el Aserejé en un boliche bogotano, cosa que nunca comprobé, pero el simple hecho de inventarlo me parecía de un boludo con algún grado sobresaliente de originalidad o sinceridad, dos condiciones importantes para el amor.

SANTIAGO GOMEZ (Hincha del Atlético Bucaramanga): Recuerdo lo que me dijo la primera vez que le pregunté sobre su experiencia porteña: “Argentina es la misma mierda que Colombia, pero con buen  futbol y una arquitectura pretenciosa. La misma miseria y más corrupción” Nunca supe si eso dejaba mal parado a los argentinos, malparidos a los colombianos, o en duda a su conocimiento del sur. “Un país que no recoja la caca de los perros está condenado al más vil de los subdesarrollos”. Que exagerado era. Pero buen tipo el Regla.

ANA MARIA BELGRANO (Azafata de su primer vuelo Bogotá-Buenos Aires): Era pequeñito, pero atractivo. Recuerdo cuando salió con cara de asustado del baño del avión de Aerolíneas Argentinas que lo llevaba a la capital. Mi colega no quería perder la apuesta. Era la única que no había estado con un hombre en su oficina y le pareció que él nunca diría que no. Nunca mencionaría esa historia a sus amigos, y nunca exigiría nada a cambio. Acertó.

MARTHA CASTILLO (Ex alumna del Regla en la Universidad de Buenos Aires):  Era un futbolista entrado en desgracia. Su lesión de rodilla lo había condenado a entrenar equipos de estudiantes borrachines en la Universidad de Buenos Aires. Yo era una de sus alumnas. A pesar de que siempre intenté tener algo con él, porque me parecía bastante atractivo, nunca accedí. O al menos eso creía yo hasta que me enteré que el día que logré entrar a su casa, y mientras veíamos Jerry Mc Guire, se negó a besarme por mi mal aliento. Un hijo de puta el colombianito.

PEPE CALDERON (Narrador de futbol colombiano): Como a mí, al Regla le dijo esa bruja de Chía, en su paso por la capital colombiana, que él se las levantaría a todas, pero no se comería a ninguna. El Reglita estaba condenado, desde ese momento, a ser el mejor amigo de todas. Y eso lo comprobé en los pocos meses que estuvo por Caminito Juniors.

TITINA GAMBOA (Amiga de colegio del Regla, actualmente residente en Buenos Aires):  Las dos únicas conversaciones sinceras que tuvo ese carbón fueron en un taxi y un avión. En un avión con la monja que se sentó a su lado en uno de sus viajes al sur: “Dios no existe” dijo mientas se acomodaba los auriculares para evitar cualquier explicación posterior. Pero también en un taxi, recién llegado a Buenos Aires, mientras viajaba de La Recoleta a La Boca. Cuando nos reencontramos en Bucaramanga me contaba una y otra vez la historia. Parecía no olvidarla, y parecía no querer que sus allegados la olvidáramos: “Y me preguntó, de dónde son. Yo dije, de Colombia. El taxista, porteño por supuesto, inquirió con cara de soy el putas, Colombia, el país con mucho petróleo? Yo dije no, ese es Venezuela. Entonces, luego de un silencio ofensivo dijo, del país del Canal? No, ese es Panamá. Y por último, un poco contrariado dijo victorioso, Colombia: donde murió Gardel!!! , a lo que contesté sin pensarlo un segundo: Cuál Gardel?”. Siempre le divertía esa historia, y repito, nunca antes fue sincero ese carbón.

CAROLINA AMAYA (Primera novia argentina del Regla): Ahora que lo recuerdo bien, luego de estos tragos, nunca habló bien de las mujeres. Era un egocéntrico. Que critique a las que no lo quisieron y se aprovecharon de él. Pero que hable mal de mí, que según me dijo, no me quería porque mis tetas apuntaban para lados distintos, no! Que se joda!

CATALINA DUQUE (Periodista de Caminito Juniors):  A mí un día me dijo que nuestra amistad no llegaría mas allá de donde yo quisiera, cuando en realidad lo que me decía, sin decirlo, era que quería tener mucho más que eso conmigo. Era un caballero el Regla. Sabía más de mujeres que de futbol.

SERGIO TRUJILLO (Médico de Caminito Juniors y varios equipos profesionales argentinos): El Regla un día llego a mi consultorio hablando de una “parólisis” refiriéndose a una erección que le había durado una noche entera. Tuve que tratarlo como a todos mis pacientes, pero debí hablarle más que a todos ellos. Era un tipo bastante afectivo, muy verbal. O debo decir, muy vergal?

viernes, 10 de diciembre de 2010

El aplauso del mosquito. Regla-dos

¡Regla, reglamento!, venga pues, que acá le queda plata. Y no me deje así que esto se compone. Yo sé que la felicidad no pasa única y exclusivamente por las relaciones de pareja. También están el Barcelona, el Play Station, que por supuesto en colombiano es también masculino, aunque en ibérico sea sorprendentemente femenino, y también ese pequeño instante en que usted ondea su capa mientras deja alguna máxima que desnuda, por lo menos figurativamente, la oscura mente femenina.

Míreme Calvin: ¿si ve mi labio?, regresó con una actitud que aparentaba la revelación por venir de un secreto incomprensible. ¿Usted cree que me electrocuté? No, mi hermano, esa cicatriz es una de las pocas visibles que me quedan de años de este atrevimiento ingenuo. Imagínese una playa, en alta mar ¿si alcanza a ver esos pescadores?, preguntó con rabia. No sé de qué habla Reglita, ahora sí se embobó. Pida otra birra y eche el cuento completo, increpé. Hágase el pendejo, siguió alterado, mientras el ojo de vidrio empezó también a llorarle. Vea con cuidado: una pescadora con su gorrito de Gilligan, sentada en la proa de su yate, con su caña de pescar y el nylon templado. Yo era el que estaba enganchado a ese anzuelo. Tira y afloje, la pendeja indecisión. Las mujeres se la pasan pescando, tirando y aflojando, aunque tiran más de lo que aflojan, compadre. Solté una carcajada. Pero El Regla me miró como si me quisiera decir que no fuera bruto, que no me dejara llevar por la corriente de los pequeños detalles.

Si usted fuera vieja, me diría que el pescador era hombre y que no usaba caña de pescar, sino atarraya. Que le tiramos a todo para esperar que así sea un bagrecito caiga a la red. Que entendemos las relaciones como un juego de probabilidades, Reglita, que nos obsesiona la cantidad y no la calidad, el tamaño y no el tiempo que dure tieso. No se me ponga así y tómese otra que hoy sí no le entendí la pataleta.

Mire cabezón, yo no rezo no porque no crea en dios, dejé de rezar el día que dejé de rogar. El que dice la verdad siempre gana. Esa es la regla, no la excepción, y sonrió mientras dejaba el tampón sobre la mesa, cuidando que no se fuera a mojar con la cerveza. La gente recibe lo que da. Si alguien es capaz de pasar del odio a la traga en un día, yo desconfiaría. Las cosas como son: los mosquitos como usted siempre mueren en medio de aplausos. Tenga cuidado. Y, como dijo Napoleón, las batallas con las mujeres son las únicas que se ganan huyendo, se retiró mientras haciendo pistola se señalaba su labio y me advertía prudencia con la otra mano. Revisó su calendario y se percató de que pronto recibiría la llamada que recibía todos los meses.

No Regla, el éxito es hacerlas creer, siempre, que están en control de la situación, pensé sabiendo a ciegas que esta vez sí era yo el que estaba en lo cierto. Pero quedé como aburrido, como aquel que se aburre antes de empezar, como el que se queda oyendo el repicar de un celular el día 14.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El nacimiento de un héroe contemporáneo. Primera entrega de muchas.

En la publicación anterior: “Entrada la noche pasé por una fábrica de pantalones que tenía el escudo del Poderoso y unas letras azules que decían: "Mede Jeans". Sonreí. Facebook se confundió con Twitter, un blog con un diario. Una persona que aseguró compartir conmigo días de infancia y borracheras adolescentes, a quien yo por supuesto no identifiqué, me dijo indignado que de ahora en adelante me refiriera a él como "El Regla", porque las viejas a las que les caía le contestaban el celular estratégica y únicamente cada 28 días“…

… A El Regla lo volví a ver catorce días después, que coincidencia, triste y descuidado, caminando por la carrera veintinueve con la calle cincuenta y cinco en Bucaramanga. Su juicio ya empezaba a flaquear, parecía no distinguir entre la realidad y todas aquellas historias que merodeaban por su cabeza, derivadas quizá, y aquí recurro únicamente a mi buen juicio, de su última y desafortunada experiencia amorosa. Llevaba en su espalda una gigantesca toalla higiénica que simulaba una capa de superhéroe trasnochado y en la mano derecha empuñaba un gigantesco tampón sin aplicador que utilizaba para defenderse de quienes murmuraban algo a su paso.

Con el tiempo la gente se acostumbró a verlo, incluso en la época navideña había quienes le regalaban un tampón nuevo o una capa limpia, que él siempre aceptaba con gusto mientras lanzaba sólo para sus adentros, improperios dignos de no ser publicados, ni siquiera acá. Algunos otros lo rechazaban. Veían con desprecio su desfachatez e interpretaban como un acto impúdico, e incluso agresivo frente al género femenino, sus prendas higiénicas, que calificaban como precisamente lo contrario, a pesar de ser de un blanco impoluto, que no empeloto, porque El Regla nunca, y de eso si puedo dar fe, nunca dejó ver sus partes nobles, que lo eran más que las de muchos que andan por ahí pregonando su fidelidad y alardeando del buen uso que le dan a ellas.

Ese día, catorce después de nuestro reciente encuentro, que coincidencia, al verlo un poco cabizbajo y muy pensativo, le grité: ¡Reglita, Reglita! ¿Una pola?. Levantó la mirada como recordando esas jornadas fantásticas en las que se imaginaba tomando trago cuando yo aún tenía pelo. No medió palabra pero alcancé a notar que empuñó el OB con una fuerza inusitada y pensé que me iba a moler a golpes. –Calvo querido, susurró simulando uno de esos fastidiosos acentos de cachaco corbatineao. Con usté pa dónde diga. Pero yo invito, subió el tono de su voz mientras me giñaba el ojo que no le lloraba.

-¡Más de veinte años calvo cochino!, hasta que por fin nos volvemos a sentar en esta mesa. Magará ya no era lo mismo de antes, pero seguía sirviendo como excusa para que un par de desconocidos, que nunca se re-conocieron así, iniciaran la conversación que sellaría, hasta el final de sus días, una relación mucho más sincera y constructiva que muchas de las que hasta ese entonces los dos decían conocer.

- ¿Qué es su pendejada Reglita? Lo veo achicopalado. ¿No me venga que es por esa vieja otra vez? No sea pendejo, Gómez. Esa no merece ni llamarse vieja. O por lo menos debe merecer un par de apellidos simpaticones. Y sonrió por primera vez en lo que llevaba de re-conocerlo. –No, hermano, tampoco me hable tan mal de las señoritas. Tendrán sus defectos, pero casi todos son corregibles sin cirugías, le dije como intentando asumir una posición que le provocara. – ¿Sin cirugía? Ya quisiera yo tener un bisturí de esos que no sólo quitan arrugas sino que alisan el alma y resuelven las dudas. –La vieja que lo tenga claro es man. El alma es un concepto masculino, la duda, no en vano, femenino. Y la inseguridad también, respondió como defendiéndose de algo que yo no había hecho. –Pero dolor, rencor y odio son masculinos Reglita, no se le olvide, pronuncié mientras me servían una Club Colombia bien fría en un vaso no muy limpio, y mientras intentaba disimular la cara de sorpresa por la estupidez que acababa de decir. – ¡Qué va!, manipulación y comodidad estarán por siempre acompañadas por el artículo la. Y no me haga hablar más, no me haga hablar más. ¿Sabe qué me pasa?, se detuvo un instante para sacar una mosca que había caído en su cerveza. Que entendí, desde hace mucho, que la felicidad, a pesar de ser un sustantivo femenino, tiene que ver menos con ellas que lo que sus irracionalidades le hacen ver cada día, y de irracionalidades ni se le ocurra hablarme hoy. No me joda. Se levantó, dejó un billete de cincuenta mil pesos en la mesa, ondeó su capa blanca con cristales verdes de aloe vera y se despidió como reconociendo, que en el fondo, el que tenía razón era yo.

NOTA: A partir de hoy pueden los interesados enviar al siguiente correo: sagomez@latinmail.com , la imagen que crean debe tener El Regla, el Alter Ego de Aleida, que por ser un concepto más filosófico y narrativo, por ser creación mia y no de Vladdo, nació con sesos pero sin figura. Cuando recibamos las 20 primeras propuestas seleccionaré y publicaré la ganadora, dando créditos permanentes y absolutos a mis colaboradores ad honorem.

martes, 7 de diciembre de 2010

En sueño

Hace un par de semanas me acosté con un dolor de esos que me suelen dar cuando parece que no tengo nada más que hacer. En Protagonistas le calentaban el oído y las pelotas a Harrison, que cada vez componía peores melodías urbanas, como consecuencia de problemas serios en alguna de sus cabezas, luego de tantos meses de encierro. Caían gotas de lluvia incluso sobre la veladora que había prendido para pedirle a dios que los curas y los madridistas reconocieran de una vez sus pecados y dejaran de pregonar algo que todos sabíamos que no eran. Uribe twitteaba mientras escupía para arriba, Santos empezaba a escribir su carta de navidad deseando que los Verdes no siguieran empeñándose en desaparecer del panorama político colombiano. Leider Preciado se rascaba la barriga para celebrar los goles que, ahora sí, y después de haber pasado sin pena ni gloria por el Bucaramanga, hacía. Samper Ospina escribía semana tras Semana la misma columna y yo siempre me reía de sus chistes, reiterativos pero ingeniosos.

Entrada la noche pasé por una fábrica de pantalones que tenía el escudo del Poderoso y unas letras azules que decían: "Mede Jeans". Sonreí. Facebook se confundió con Twitter, un blog con un diario. Una persona que aseguró compartir conmigo días de infancia y borracheras adolescentes, a quien yo por supuesto no identifiqué, me dijo indignado que de ahora en adelante me refiriera a él como "El regla", porque las viejas a las que les caía le contestaban el celular estratégica y únicamente cada 28 días. De regreso, imaginé una valla gigante en Cajamarca que decía: "Gracias Andrés Uriel: 15 horas entre Armenia e Ibagué. Se nos borró La Línea".

Julian Assange no solo violaba cubanas vinculadas a la CIA y no solo develaba los secretos de Hillary, que parecían dolerle más que los de la Lewinsky. Los indígenas globalizados de la Feria Artesanal vendían mochilas que celebraban el bicentenario. La Pola me decía en secreto: "Cada quien hace de su culo un florero, y mire lo que le pasó a Llorente", mientras a mí se me escurrían los mockus. Tembló más en el Palacio Liévano que en Haití y Chile, y los Polos se inclinaron unos grados a la derecha. El minero polígamo organizó un foro que llamó "Será cuestión de acostumbrarse" en el que enseñaba a los asistentes a cultivar la virtud de no contestar a respuestas que no quisieran responder. ETA me invitó al anuncio de tregua, la otra no. El avión que me traía de Álava no pudo despegar por un descontrol generado por los controladores. Escribí un libro con Tomás Eloy y Saramago, me pegué un par de guaros con Villamil y leí tardíamente a Jairo Aníbal pero no me gustó.

De madrugada, con el dolor cada vez más fuerte, decidí levantarme a terminar de escribir un artículo que después no entendí. Abandoné mi estilo, pensé. Y desde entonces estoy sentado al borde de la cama esperando que, como en "El origen" venga, por lo menos "El regla" y me pegue un tiro en una pierna para ver si me despierto, activo el modo "Ausente" y salgo a trabajar.