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martes, 7 de diciembre de 2010

En sueño

Hace un par de semanas me acosté con un dolor de esos que me suelen dar cuando parece que no tengo nada más que hacer. En Protagonistas le calentaban el oído y las pelotas a Harrison, que cada vez componía peores melodías urbanas, como consecuencia de problemas serios en alguna de sus cabezas, luego de tantos meses de encierro. Caían gotas de lluvia incluso sobre la veladora que había prendido para pedirle a dios que los curas y los madridistas reconocieran de una vez sus pecados y dejaran de pregonar algo que todos sabíamos que no eran. Uribe twitteaba mientras escupía para arriba, Santos empezaba a escribir su carta de navidad deseando que los Verdes no siguieran empeñándose en desaparecer del panorama político colombiano. Leider Preciado se rascaba la barriga para celebrar los goles que, ahora sí, y después de haber pasado sin pena ni gloria por el Bucaramanga, hacía. Samper Ospina escribía semana tras Semana la misma columna y yo siempre me reía de sus chistes, reiterativos pero ingeniosos.

Entrada la noche pasé por una fábrica de pantalones que tenía el escudo del Poderoso y unas letras azules que decían: "Mede Jeans". Sonreí. Facebook se confundió con Twitter, un blog con un diario. Una persona que aseguró compartir conmigo días de infancia y borracheras adolescentes, a quien yo por supuesto no identifiqué, me dijo indignado que de ahora en adelante me refiriera a él como "El regla", porque las viejas a las que les caía le contestaban el celular estratégica y únicamente cada 28 días. De regreso, imaginé una valla gigante en Cajamarca que decía: "Gracias Andrés Uriel: 15 horas entre Armenia e Ibagué. Se nos borró La Línea".

Julian Assange no solo violaba cubanas vinculadas a la CIA y no solo develaba los secretos de Hillary, que parecían dolerle más que los de la Lewinsky. Los indígenas globalizados de la Feria Artesanal vendían mochilas que celebraban el bicentenario. La Pola me decía en secreto: "Cada quien hace de su culo un florero, y mire lo que le pasó a Llorente", mientras a mí se me escurrían los mockus. Tembló más en el Palacio Liévano que en Haití y Chile, y los Polos se inclinaron unos grados a la derecha. El minero polígamo organizó un foro que llamó "Será cuestión de acostumbrarse" en el que enseñaba a los asistentes a cultivar la virtud de no contestar a respuestas que no quisieran responder. ETA me invitó al anuncio de tregua, la otra no. El avión que me traía de Álava no pudo despegar por un descontrol generado por los controladores. Escribí un libro con Tomás Eloy y Saramago, me pegué un par de guaros con Villamil y leí tardíamente a Jairo Aníbal pero no me gustó.

De madrugada, con el dolor cada vez más fuerte, decidí levantarme a terminar de escribir un artículo que después no entendí. Abandoné mi estilo, pensé. Y desde entonces estoy sentado al borde de la cama esperando que, como en "El origen" venga, por lo menos "El regla" y me pegue un tiro en una pierna para ver si me despierto, activo el modo "Ausente" y salgo a trabajar.

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