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viernes, 10 de diciembre de 2010

El aplauso del mosquito. Regla-dos

¡Regla, reglamento!, venga pues, que acá le queda plata. Y no me deje así que esto se compone. Yo sé que la felicidad no pasa única y exclusivamente por las relaciones de pareja. También están el Barcelona, el Play Station, que por supuesto en colombiano es también masculino, aunque en ibérico sea sorprendentemente femenino, y también ese pequeño instante en que usted ondea su capa mientras deja alguna máxima que desnuda, por lo menos figurativamente, la oscura mente femenina.

Míreme Calvin: ¿si ve mi labio?, regresó con una actitud que aparentaba la revelación por venir de un secreto incomprensible. ¿Usted cree que me electrocuté? No, mi hermano, esa cicatriz es una de las pocas visibles que me quedan de años de este atrevimiento ingenuo. Imagínese una playa, en alta mar ¿si alcanza a ver esos pescadores?, preguntó con rabia. No sé de qué habla Reglita, ahora sí se embobó. Pida otra birra y eche el cuento completo, increpé. Hágase el pendejo, siguió alterado, mientras el ojo de vidrio empezó también a llorarle. Vea con cuidado: una pescadora con su gorrito de Gilligan, sentada en la proa de su yate, con su caña de pescar y el nylon templado. Yo era el que estaba enganchado a ese anzuelo. Tira y afloje, la pendeja indecisión. Las mujeres se la pasan pescando, tirando y aflojando, aunque tiran más de lo que aflojan, compadre. Solté una carcajada. Pero El Regla me miró como si me quisiera decir que no fuera bruto, que no me dejara llevar por la corriente de los pequeños detalles.

Si usted fuera vieja, me diría que el pescador era hombre y que no usaba caña de pescar, sino atarraya. Que le tiramos a todo para esperar que así sea un bagrecito caiga a la red. Que entendemos las relaciones como un juego de probabilidades, Reglita, que nos obsesiona la cantidad y no la calidad, el tamaño y no el tiempo que dure tieso. No se me ponga así y tómese otra que hoy sí no le entendí la pataleta.

Mire cabezón, yo no rezo no porque no crea en dios, dejé de rezar el día que dejé de rogar. El que dice la verdad siempre gana. Esa es la regla, no la excepción, y sonrió mientras dejaba el tampón sobre la mesa, cuidando que no se fuera a mojar con la cerveza. La gente recibe lo que da. Si alguien es capaz de pasar del odio a la traga en un día, yo desconfiaría. Las cosas como son: los mosquitos como usted siempre mueren en medio de aplausos. Tenga cuidado. Y, como dijo Napoleón, las batallas con las mujeres son las únicas que se ganan huyendo, se retiró mientras haciendo pistola se señalaba su labio y me advertía prudencia con la otra mano. Revisó su calendario y se percató de que pronto recibiría la llamada que recibía todos los meses.

No Regla, el éxito es hacerlas creer, siempre, que están en control de la situación, pensé sabiendo a ciegas que esta vez sí era yo el que estaba en lo cierto. Pero quedé como aburrido, como aquel que se aburre antes de empezar, como el que se queda oyendo el repicar de un celular el día 14.

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