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jueves, 9 de diciembre de 2010

El nacimiento de un héroe contemporáneo. Primera entrega de muchas.

En la publicación anterior: “Entrada la noche pasé por una fábrica de pantalones que tenía el escudo del Poderoso y unas letras azules que decían: "Mede Jeans". Sonreí. Facebook se confundió con Twitter, un blog con un diario. Una persona que aseguró compartir conmigo días de infancia y borracheras adolescentes, a quien yo por supuesto no identifiqué, me dijo indignado que de ahora en adelante me refiriera a él como "El Regla", porque las viejas a las que les caía le contestaban el celular estratégica y únicamente cada 28 días“…

… A El Regla lo volví a ver catorce días después, que coincidencia, triste y descuidado, caminando por la carrera veintinueve con la calle cincuenta y cinco en Bucaramanga. Su juicio ya empezaba a flaquear, parecía no distinguir entre la realidad y todas aquellas historias que merodeaban por su cabeza, derivadas quizá, y aquí recurro únicamente a mi buen juicio, de su última y desafortunada experiencia amorosa. Llevaba en su espalda una gigantesca toalla higiénica que simulaba una capa de superhéroe trasnochado y en la mano derecha empuñaba un gigantesco tampón sin aplicador que utilizaba para defenderse de quienes murmuraban algo a su paso.

Con el tiempo la gente se acostumbró a verlo, incluso en la época navideña había quienes le regalaban un tampón nuevo o una capa limpia, que él siempre aceptaba con gusto mientras lanzaba sólo para sus adentros, improperios dignos de no ser publicados, ni siquiera acá. Algunos otros lo rechazaban. Veían con desprecio su desfachatez e interpretaban como un acto impúdico, e incluso agresivo frente al género femenino, sus prendas higiénicas, que calificaban como precisamente lo contrario, a pesar de ser de un blanco impoluto, que no empeloto, porque El Regla nunca, y de eso si puedo dar fe, nunca dejó ver sus partes nobles, que lo eran más que las de muchos que andan por ahí pregonando su fidelidad y alardeando del buen uso que le dan a ellas.

Ese día, catorce después de nuestro reciente encuentro, que coincidencia, al verlo un poco cabizbajo y muy pensativo, le grité: ¡Reglita, Reglita! ¿Una pola?. Levantó la mirada como recordando esas jornadas fantásticas en las que se imaginaba tomando trago cuando yo aún tenía pelo. No medió palabra pero alcancé a notar que empuñó el OB con una fuerza inusitada y pensé que me iba a moler a golpes. –Calvo querido, susurró simulando uno de esos fastidiosos acentos de cachaco corbatineao. Con usté pa dónde diga. Pero yo invito, subió el tono de su voz mientras me giñaba el ojo que no le lloraba.

-¡Más de veinte años calvo cochino!, hasta que por fin nos volvemos a sentar en esta mesa. Magará ya no era lo mismo de antes, pero seguía sirviendo como excusa para que un par de desconocidos, que nunca se re-conocieron así, iniciaran la conversación que sellaría, hasta el final de sus días, una relación mucho más sincera y constructiva que muchas de las que hasta ese entonces los dos decían conocer.

- ¿Qué es su pendejada Reglita? Lo veo achicopalado. ¿No me venga que es por esa vieja otra vez? No sea pendejo, Gómez. Esa no merece ni llamarse vieja. O por lo menos debe merecer un par de apellidos simpaticones. Y sonrió por primera vez en lo que llevaba de re-conocerlo. –No, hermano, tampoco me hable tan mal de las señoritas. Tendrán sus defectos, pero casi todos son corregibles sin cirugías, le dije como intentando asumir una posición que le provocara. – ¿Sin cirugía? Ya quisiera yo tener un bisturí de esos que no sólo quitan arrugas sino que alisan el alma y resuelven las dudas. –La vieja que lo tenga claro es man. El alma es un concepto masculino, la duda, no en vano, femenino. Y la inseguridad también, respondió como defendiéndose de algo que yo no había hecho. –Pero dolor, rencor y odio son masculinos Reglita, no se le olvide, pronuncié mientras me servían una Club Colombia bien fría en un vaso no muy limpio, y mientras intentaba disimular la cara de sorpresa por la estupidez que acababa de decir. – ¡Qué va!, manipulación y comodidad estarán por siempre acompañadas por el artículo la. Y no me haga hablar más, no me haga hablar más. ¿Sabe qué me pasa?, se detuvo un instante para sacar una mosca que había caído en su cerveza. Que entendí, desde hace mucho, que la felicidad, a pesar de ser un sustantivo femenino, tiene que ver menos con ellas que lo que sus irracionalidades le hacen ver cada día, y de irracionalidades ni se le ocurra hablarme hoy. No me joda. Se levantó, dejó un billete de cincuenta mil pesos en la mesa, ondeó su capa blanca con cristales verdes de aloe vera y se despidió como reconociendo, que en el fondo, el que tenía razón era yo.

NOTA: A partir de hoy pueden los interesados enviar al siguiente correo: sagomez@latinmail.com , la imagen que crean debe tener El Regla, el Alter Ego de Aleida, que por ser un concepto más filosófico y narrativo, por ser creación mia y no de Vladdo, nació con sesos pero sin figura. Cuando recibamos las 20 primeras propuestas seleccionaré y publicaré la ganadora, dando créditos permanentes y absolutos a mis colaboradores ad honorem.

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