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lunes, 11 de octubre de 2010

Bendita sea la inmensa minoría

Justo ahora que imagino la primera pregunta que debí hacerle al sentarme en el sillón rojo de su sala en el centro de Madrid, entiendo la frase con la que se despidió ese día: "Y de Colombia, ¿qué te puedo decir? Los mejores polvos de mi vida fueron con colombianas".

"Lo primero que quise fue marcharme bien lejos", pero no había viajado hasta allí para hacer algo diferente a empezar la entrevista con la siguiente pregunta: ¿Cómo convencer a un hijo de que Dios no existe?

Tomó un sorbo de whiskey y sonrió. Soy hijo de policía, me dijo mientras miraba fijamente el cigarrillo de plástico que por capricho médico debía meter en su boca cada vez que sintiera ganas de inundar sus pulmones, ya jodidos con nicotina y alquitrán. Cuando estaba a punto de morir, nos turnábamos con mi hermano mayor el pasar las noches junto a su cama en el hospital de Úbeda, esperando lo siempre inesperado. Esa semana estaba inconsciente, pero la última noche, mientras yo repasaba las "Claves líricas" de Valle-Inclán, ya muy entrada la madrugada, se incorporó de un golpe mientras sudaba. Me miró como queriendo revelar el secreto de la inconsciencia pre fallecimiento, como esperando con ansias descubrir ante mis ojos el misterio de la divinidad. Pasó saliva y dijo: "¿De dónde sacan tanto dinero las diputaciones?". Sus ojos, ya perdidos, se cerraron nuevamente y a los cinco minutos murió. Después de esa experiencia ¿cómo coño quieres que crea en Dios? me dijo con una carcajada, sin soltar la mariconada de cigarro que sostenía en sus labios.

Alguien que en una misma frase dice "coño" y "Dios" me pondrá en problemas en la revista, pensé. Es un genio, sonreí para mis adentros.

Luego me contó que todas las canciones las había escrito para conquistar a una mujer o para vengarse de una que otra hija de puta que lo había dejado por marcharse con un basketbolista o un proyecto de abogado, por supuesto más alto que él. "Ahora esta canción te perseguirá por toda la vida", les decía. Y esta vez no sonrió, no sorbió whiskey. Sólo tosió y me dijo "Yo casi todas las desilusiones me las he llevado conmigo mismo, chaval. En el amor se llega a la cima demasiado pronto".

"Tos jodida", se quejaba de vez en cuando. A pesar de haber sufrido una isquemia cerebral leve (el adjetivo nunca supe si correspondía a un diagnóstico médico o a otro de sus trucos dialécticos) temía morir de efisema pulmonar. Soy incapaz de ser creativo sin tener un cigarrito real en mi boca, se reprochó sinceramente mientras empezaba a explicarme la influencia que Bob Dylan había tenido en él y la vez que se cruzaron en una peluquería en Estados Unidos. De repente se interrumpió: "Como dije en Ratones Colorados, los fumadores pasivos son unos cabrones. ¡Fuman sin pagar! Deberíamos imponerles un impuesto".

Los "dos peces de hielo en su whiskey on the rocks " se habían derretido hacía bastante cuando le planteé el tema del Atleti. "A mí el fútbol me parece una cosa impropia de caballeros" se detuvo mientras observaba con duda mi cara sorprendida. ¿Y por qué compones el himno centenario del segundo equipo de la capital entonces?, reclamé.

"Para entender lo que pasa
hay que haber llorado dentro
del Calderón, que es mi casa.
o del Metropolitano,
donde lloraba mi abuelo
con mi papá de la mano
"
Cantamos juntos lo poco que me atreví a acompañarlo.

Mira tú, no voy al estadio, simplemente quería reivindicar el sufrimiento, la melancolía que en sí misma lleva el ser del Aleti de Madrí. En Argentina me hice del Boca, por la barriada. En Colombia sería de tu Bucaramanga, o como se llame. Me caiste bien. Lo melancólico y lo irónico del fútbol se resumen en el Aleti coño! Yo no podría andar cantando con Plácido a la solemnidad clásica del "Hala Madrid", así mi mejor amigo del mundo futbolero sea un merengue, Guti. Mira tú lo insensato que puede llegar a ser una. Y nuevamente su risa ronca me hizo recordar que estaba al lado de uno de los genios de la poética moderna. ¿O postmoderna?. No sé.

Joaquín, usted siempre me impresionó por recuperar con genialidad la "estética de lo pequeñito". "Tú lo has dicho chaval, ahí está la escencia de lo vivido. Y no creas, la genialidad es tan sólo un quejido en su sitio".
¿Por qué cree usted que "la música es la tapadera de la mala poesía"?, continué. A ver, sonrió nuevamente.. y ahí terminó todo.

Una entrevista que no podía culminar de una manera diferente a como siempre la imaginé: "Ahí te van mis dos puntos suspensivos colega. Y pon en tu crónica que ahora sólo uso la nariz para respirar, aunque por los excesos siga sintiendo sólo una profunda nostalgia".

"Gracias Joaquín, gracias por escribir, gracias por cantar, gracias por seguir ríendo y hacernos reir cuando no tenemos tantas ganas de hacerlo. Con usté hasta me voy pa los toros", le grité.

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