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viernes, 3 de octubre de 2008

No a la cadena perpetua, no a la pena de muerte

Esperé intencionalmente un par de días a que se bajara en algo la efervesencia por el asesinato de Chía antes de escribir, con el fin de poder ordenar mis ideas y decir algo medianamente sensato. Creo igual que debí esperar un poco más, porque el sancocho mental generado por todo lo sucedido creo que permanece. Más aguado, pero permanece...

Quiero decir antes que nada que rechazo el hecho, que me indigna la crueldad que rodea estos acontecimientos y que si pudiera castigaría severamente a la asesina y al autor intelectual del asesinato. Lo que pasa es que no creo que, en las condiciones actuales, podamos hacerlo de una manera tan severa como se está proponiendo, y como nuestras entrañas lo piden.

Para empezar creo que, también en esta ocasión, todos contribuimos negativamente al desenlace de la historia: los medios de comunicación, la gente del común y el sistema de justicia, todo en medio de una crisis ética estructural de un país, lleno de personas que sólo se dan cuenta de lo jodidos que estamos cuando RCN invade sus casas con imágenes amarillas, o cuando la tragedia les toca en lo personal. Todos somos culpables, no sólo don Pelayo, que como decía algún conocido, "con todo respeto, pero qué triple hijueputa".

Este es un problema estructural. Desafortunadamente las cifras, que sólo hasta esta semana volvieron a publicarse, así lo demuestran.

¿Por qué los medios de comunicación son culpables indirectos de la crisis moral de la nación, revivida hoy por el brutal asesinato de un niño de once meses? A mi, sinceramente, ya me da es pena joder más con el temita, pero en esta ocasión sé que por lo menos las dos periodistas que más critican mis ácidos comentarios en contra del ejercicio de los comunicadores, Lina y Ana, estarán de acuerdo conmigo.
RCN, en particular, y los medios de comunicación, en general, se pasaron de calidad otra vez. "La Gurisati advirtió", dirán algunos defensores recalcitrantes de los telenovelones informativos de hoy. "Cambie de canal", dirían otros. Pero no: me rehuso a creer que es imprescindible, informativamente hablando, que la audiencia presencie en horario triple A las imagenes de un niño de once meses muerto en un costal mientras oimos y vemos a su tía haciendo el reconocimiento del cadáver. Yo no quiero ver el costal, no quiero ver la bola distorsionadora, o como se llame, encima de la carita de un bebé asesinado, y menos, oir y ver el llanto desconsolado de una muchachita que dice con voz entrecortada: "sí, ese es". Esa no es la información cualificada que esperaría leer en los medios a los que accedo (valga aclarar que no leo El Espacio, por supuesto, del cual si hubiera esperado un cubrimiento similar).
Con mucha menos información, o con una información menos sensacionalista, Luis Santiago -es decir, la idea de Luis Santiago, no su cadáver envuelto en un costal- también hubiera despertado la solidaridad nacional y hubiera conmovido los corazones de los colombianos en torno a la grave crisis social actual, que es el efecto del que se vanaglorian hoy en día los medios, el efecto denuncia: el hacer visible lo invisible. Insisto, y sólo para evitar el sancocho mental, con menos hubieran logrado lo mismo y se hubieran evitado el asco y la repugnancia que también generaron.

Además, si El Tiempo denuncia ese amarillismo desde sus propias páginas (con la caricatura de Matador en la edición de hoy y la noticia titulada "De amarillista e inadecuado calificaron lectores cubrimiento de la muerte del bebé Luis Santiago" el 2 de octubre) debe ser que no estoy yo tan equivocado al respecto. Algún forista dijo: " [esta] es la forma más vil y miserable como se vende y trafica con el dolor humano. Unos periodistas que no piensan ni en lo que le preguntan a quien está en medio del sufrimiento. Es la [forma] más grotesca y descarnada de ganar sintonía". Y Javier Darío Restrepo, otra vez, dijo que " [en estos casos] el periodista debe comprender que se debe hacer un periodismo para servir a los demás, no para servir a su medio y, mucho menos, a sí mismo. El periodismo de calidad no puede sacrificar [ni violentar] los derechos que tienen las personas".

No entiendo cómo podemos ser tan hipócritas como para felicitar la multa económica a una cadena radial que hace una broma sobre un secuestro y no somos capaces de exigir, al menos el mismo castigo, para una cadena televisiva que violenta claramente los derechos de sus entrevistados y sus televidentes al emitir imagenes desobligantes que recrean el dolor de los ciudadanos de manera burda y con fines, aunque lo nieguen, meramente comerciales.

En este tema no me quiero extender más: en serio que me da pena, no sólo en el sentido colombiano de la palabra, sino también en el sentido ibérico, es decir, mucho dolor y lástima, pero además también mucho empute.

¿Por qué la gente del común es responsable de esta crisis? Porque nos demostramos tremendamente hipócritas, en primer lugar. Yo no soy padre en el sentido fisiológico estricto, o por lo menos no que yo sepa. Mis hijos son o perros, o bonzais o restaurantes próximos a abrirse, pero estoy seguro que más de un papá que salió a las calles de Chía con pancartas y ojos irritados por el llanto, más de uno de los que entró a uno de los mil grupos de Facebook que se abrieron a raíz del insuceso, o más de uno de los que se sintió indignado por la aparición de Pelayito en la tele y reivindicó los derechos de la infancia, han putiado a sus hijos menores alguno de esos días en que su jefe los ha reconvenido por reiterativas ineficiencias laborales, como mínimo.
Vuelve y juega: no es con marchas, ni con palomas blancas, ni con grupos de Facebook que se hace la paz y se construye moralmente a una nación. Es con hechos sinceros y con pedagogía verdadera (qué horror, eso sonó como de un cura!!!!). Y aclaración al margen: espero que mis lectores que se hayan metido a alguno de los grupos de Facebook no se emberrionden ni me exigan aclaraciones en futuras borracheras!!!! No estoy generalizando, estoy, por el contrario, resaltando casos que seguro existen entre un grupo diverso, heterogéneo y amplio. "Al que le caiga el guante que se lo chante", debían decir mis abuelas, a quienes desafortunadamente no conocí.

En resumen: Menos lágrimas de cocodrilo, menos banderitas blancas, menos botones con la carita de Luis Santiago, menos grupitos de Facebook, menos jugadores de fútbol vistiendo camisetas alusivas al tema, menos padres Alirios, menos minutos de silencio y sí más minutos de compañía, más cariño, más ternura, más tolerancia y mucho más respeto por nuestros hijos.

¿Por qué el sistema de justicia? Como dijo Alfonso Valdivieso al opinar al respecto, "...se necesita que quienes cometan esos actos sepan que los van a condenar".

Un sistema judicial que no sólo ha promovido históricamente la impunidad, sino que lleva 30 días taponando las calles de Bogotá mientras exige 300.000 millones de pesitos al gobierno para, entre otras cosas seguramente muy importantes, tapar el hecho de que la mayoría de sus miembros reprobaron los examenes que pretendían corroborar su cualificación, no es un sistema judicial que puede reprender ejemplarmente a personajes como Pelayín.

Un sistema de justicia que ha dejado en un mes a 2.062 criminales en libertad, uno de ellos, un sincelejano que fue capturado en flagrancia violando a una niña de 14 años, no promueve la conformación de una cultura de respeto hacia la infancia.

Por eso, y sólo por eso, no creo que es favorable que se reglamenten la cadena perpetua o la pena de muerte a los violadores, asesinos, o acosadores de infantes.

Me explico: Yo en el fondo de mi ser creo que el mejor castigo para Pelayo es que le amputen lo que usó para embarazar a Ivonne Lozano, pero no que lo haga un médico, sino ella misma.

Sinembargo, el problema es que, en primer lugar, así como en las relaciones personales y en el día a día, no es recomendable actuar en caliente, "la introducción de la prisión perpetua no debe tomarse al calor de la rabia colectiva [generada por el asesinato de Luis Santiago]", tal y como también dijo El Tiempo hoy. Ingrid hoy no es ni la mitad de buena candidata de lo que muchos creyeron el día del jaque. Las emociones son malas consejeras, debían decir mis abuelitas, y sino lo decían ellas, pues lo digo yo.
En segundo lugar, ¿se imaginan ustedes las decisiones que tomaría un sistema judicial así de corrupto e ineficiente como el nuestro, y que además tenga como opción la cadena perpetua a estos criminales, en casos como el del transeúnte condenado a más de un año de cárcel por tocarle el culo a una mujer que le pasó por el lado?

Que decidan si condenar perpetuamente o decretar la pena de muerte, aquellos que están exentos de presiones externas, aquellos que no necesiten de 300.000 milloncitos para funcionar dignamente, aquellos que pasen los examenes que los cualifican como aptos para tomar esas decisiones, aquellos que son incorruptibles, aquellos que en últimas consoliden día a día, con sus actos, un sistema judicial y unas bases jurídicas que garanticen que no se están equivocando al tomar la decisión.

En un país en el que un joven de 23 años es capaz de pagarle $3.000 pesos a un niño de 12 años para que le eche ácido en la cara a su exnovia, también menor de edad, porque seguramente, y aqui si invento yo, él está indignado porque ella se mamó de que él le pegara por pendejadas y lo mandó pal carajo, es un país en el que si eventualmente existiera la pena de muerte, un señor como Pelayo, se inventa que Ivonne le pagaba a su hermano para que violara a Luis Santiago, con tal de que la encanen de por vida, y el pueda irse a vivir tranquilo con otra de sus mocitas.

En resumen: en un país con jueces como los que tenemos, con un sistema judicial como el nuestro, con una crisis moral tan profunda como la que vivimos y evidenciamos día a día, decretar la pena de muerte o la cadena perpetua, es tan descabellado y peligroso como pagarle $3.000 pesos a un niño para que le eche de ácido a una niña que viene caminando a la salida del colegio.

Por eso digo: No a la cadena perpetua, no a la pena de muerte a violadores y asesinos de niños. No a los violadores y asesinos de niños. Sí al cultivo y práctica de comportamientos cotidianos individuales sinceros y reiterativos que promuevan un ambiente sano para el crecimiento de nuestra infancia. Sí a la depuración extrema del sistema de justicia. Sí a algun tipo de castigo a los medios irresponsables que venden dolor, disfrazado de denuncia. Y ya que estamos en estas: No al jugo de guanábana, no al salpícón, no al corrientazo con remolacha.
El castigo para los violadores y asesinos de niños es, como dijo Valdivieso, aplicarles todo el peso de la ley, tal y como hoy está estipulado. Para poder acudir a la cadena perpetua o a la pena de muerte hay que volvernos, antes, mejores personas. O mejor: seamos tan buenas personas que no haya necesidad de castigar, condenar o matar a nadie.
Los castigos para los miembros corruptos o incompetentes del sistema judicial y para los medios de comunicación, son iguales de obvios: destitución inmediata y multas económicas, respectivamente.
Para los padres hipócritas, diría que leerse este artículo es suficiente, pero para no hacer sentir mal a mis lectores papás, me inclino por hacerlos comer un combo de remolacha, salpicón, jugo de guanábana y una de esas compotas que le dan a sus bebés, mientras ven uno de los noticieros de RCN.

1 comentario:

our corner around the globe dijo...

Santi, muy buena columna. Estoy de acuerdo con ud en todo lo que dice. Excepto si al Salpicon y si al jugo de Guanabana!