Datos personales

miércoles, 26 de marzo de 2008

Guevonadas

“Y ya nadie me escribe diciendo:no consigo olvidarte”JS

Todo comenzó el día en que descubrió que su exnovia había desarrollado la más increíble, extraña, pero envidiable capacidad de darse cuenta, doce años después, de que él era tan normal y simple como todos los hombres del planeta.

Cuando abrió los ojos e intentó moverse sintió el yeso que le cubría casi de pies a cabeza. Según le comentó el doctor que intentó calmarle mientras intentaba luchar contra su particular armadura, tenía fracturados las dos piernas y varias costillas. Fue entonces cuando vino a su mente la imagen del semáforo peatonal en rojo.

- Santi, que ibas pensando cuando cruzaste la calle?- preguntó su ex con cierto tono de preocupación incapaz de ocultar algo de mordacidad.

-Pues mira, pensaba en que hacía un frío de cojones, pensaba en mi increíble facilidad para hablar como español en España y como colombiano en Colombia, pensaba en que la película que iba a devolver había sido pésima, en que no podía perder la apuesta que había hecho en el puesto de quinielas: Tailandia 1- Argentina 1. ¿Al fin como quedaron?

- Tailandia perdió, como siempre. A ti es al único que se te ocurre que Argentina podía perder.

- Mierda. Pensaba en el último polvo y en el próximo, en que no tenía director de tesis y quería regresar pronto a Colombia. En que prefería una buena amistad a un buen matrimonio, en que no podía ir por la vida haciendo daño a la gente que quería. Pensaba en que la ciencia sin conciencia es una ruina para el alma, como decía Rebelais, en que, como a Sen, me daba miedo ser demasiado feliz porque no era correcto serlo en un mundo tan desgraciado como este.

- No te pongas filosófico- replicó ella.

- Pensaba en todo el papel higiénico que me gasté durante el matrimonio, en que quien hace una pregunta siempre pretende saber, al menos, la mitad de la respuesta. Pensaba en que efectivamente entre el cielo y el suelo hay algo con tendencia a quedarse calvo, y que eso era yo.

- Por fin lo reconoces- exclamó

- Pensaba en que ahora los que nos salimos del armario somos los heterosexuales. Pensaba en ¿cuánta gente ves un día en el metro, por ejemplo, y quieres hablarle y piensas que ha sido la persona más interesante que has visto y no le hablas por pena?, en ¿cuánta gente te ve y quiere hablarte y piensa que has sido la persona más interesante que ha visto en el día y no te habla por pena?.

- Pensaba también en ¿cuánta gente estaba en ese momento contándole a un amigo en la oficina que no había podido dormir por los ruidos de los vecinos haciendo el amor?, en la estúpida vocación de trascendencia del ser humano. Cantaba una canción de Sabina y sonreía, pensaba que sólo lograría batir mis alas bajo una tonelada de libros leídos. Pensaba que, como dijo Ula el día de la cena con Vallespín, se me iban las calles de Madrid. Pensaba que Bogotá olía a frío, que Lisboa olía a mierda, que Bucaramanga a césped recién podado, y Barcelona a sal. Pensé en un porno email enviado a la persona equivocada. Recordé al gordo que siempre veía pegando con silicona todos los números ocho de los teléfonos públicos para que no llamaran a su casa. La omnipresente necesidad de la libertad garantizada por el anonimato absoluto, personificada en un gordo sudoroso y con mal olor. Lo irónico de un mundo incomprensible.

- Pensaba en encontrar mi lugar en el mundo, pensaba nuevamente convencido que la fidelidad no tenía absolutamente nada que ver con la genitalidad, res de res. Pensaba en su ausencia presente, siempre presente.

-Justo en ese momento, antes de sentir el golpe, me reí al caer en cuenta que el director de mi doctorado se llamaba Jaume Molins y me imaginé que era el protagonista de un vallenato catalán a Jaime Molina, que cuando estaba borracho, ponía una condición. Alcancé a pensar que las uñas de los pies eran muy feas y que solo lucían bien en los suyos.

- Recordé la historia de mis dos bisabuelos paternos. Don Luis Emilio, el pobre, encendiendo un billete de un peso para que Don José del Carmen, el rico, pudiera encontrar en la penumbra una moneda de diez centavos que había perdido y que llevaba buscando en cuatro patas unos cuantos minutos.- Pensé en el antepenúltimo segundo que, como decía también Sabina, no debías intentar volver a aquellos lugares donde has sido feliz. En el penúltimo recordé al joven que recorría el metro preguntando a las mujeres con voz apesadumbrada “¿Tú no eres Cristina?”, e intenté imaginar su reacción cuando alguna le contestara afirmativamente. El amor perdido y la locura de la búsqueda infructuosa.

- Y en el último, en el último segundo, pensé que si ese era el fin que ojalá fuera feliz para todos.

- Oye, te lo preguntaba en forma figurativa, dijo ella sorprendida. No hacía falta tanto detalle. Pero ahora que lo pienso... mierda, pues por andar pensando en tantas guevonadas casi te matan.

Tomó su bufanda, me dio un beso en la frente y se fue.

- Por pensar en guevonadas...- cerré nuevamente los ojos y quise pedir a gritos que me pusieran un sedante.

Santiago Gómez, Barcelona, Diciembre 2003

No hay comentarios: