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domingo, 30 de enero de 2011

Historia sin PIN

Quienes me conocen saben que no soporto las frutas, y precisamente por eso entenderán mejor, al leer esta entrada, que cuando afirmo que prefiero el Blackberry de jugos Hit a la maquinita en la que todos están pensando, es absolutamente cierto.

Para empezar, los inventores de la susodicha pudieron hacer un mejor esfuerzo al bautizarla. "Dame el PIN de tu mora" dirían los puristas defensores del castellano en alguna recóndita aldea manchega también infestada de Blackberrys en unos años.

Además, cuando una máquina diseñada para comunicar incomunica, algo malo está pasando. Cuando eso sucede, el invento no está cumpliendo la función para la cual fue creado. Las Blackberry o los Blackberry, malditas máquinas asexuadas, además de invadir una privacidad que cada vez valoramos menos en la práctica pero que nos atrevemos en público a reivindicar y defender como aferrándonos inconscientemente a uno de los pocos espacios mentales que no hemos podido, precisamente, hacer visible a los demás. Poco demoraremos en inventar una máquina que permita a otros, como en El Origen, entrar voluntaria y deliberadamente a nuestros sueños, hoy por hoy, el único espacio no invadido por la tecnología. Pobre Natalia Paris el día que eso pase.

Las BB me parecen tan perturbadoras como si en mi época todos fuéramos por la vida con nuestras máquinas de escribir y un block de hojas escribiendo y entregándole papelitos a todos aquellos con quien quisiéramos comunicarnos. El ruido hoy, como en el escenario mecanográfico que imagino, empieza a ser ensordecedor y al poco tiempo nadie querrá decir nada para retornar a la calma de un mundo sin beeps.

Las BB muestran a nuestros eventuales interlocutores siempre conectados, pero no siempre disponibles. Eso es como ganarse un viaje a Estados Unidos con todos los gastos pagos pero no tener visa. Así como no hay nada más desestimulante que una página Web "en construcción" o como un "mejor seamos solo amigos", la sensación de poder potencialmente "hablar" con alguien que no responde a nuestro llamado es comunicativamente contraproducente.

La sensación de siempre estar disponible nunca ha sido agradable para mí. Algunos dirán, "Santiago, siempre está la posibilidad de silenciar el aparato". Muchas veces he estado tentado a contestar: "Yo mi aparato lo tengo silenciado casi siempre", pero volvamos a lo fundamental. Esa justificación es falsa. comunicativamente, y lamento recurrir a artificios teóricos para convencerlos del error que comenten al utilizar esos aparatos endemoniados, el reconocerse permanentemente disponible a través de tecnologías como ésta, precondiciona la psiquis independientemente de si se oye un molesto beep, si algo vibra en nuestros pantalones, o si no pasa nada porque la maquinita está apagada. Nuestra mente, mucho más poderosa que los aparetejos esos, estará permanentemente enviando mensajes a nuestras extremidades para que revisemos si alguien nos ha contactado. Y esos son mensajes mucho más fuertes, frecuentes e incontrolables que el aburridor beep. En resumen: dependencia y una aparente disponibilidad permanentes. Mala combinación en cualquier escenario social.

Voy a omitir explicacions d lo q estos aparats hacen a la ortog y la redaxion para no parecer un amargado profe d gramatik, de lo q me an acusado ya varias ceces. Evitaré tamb explicar porq los pocs q no emos sucumbido a la tentacion de comprar u na de estas maqs nos sentimos discriminados como no fumadores en un mundo de fumadores cuando en un restaurante los maledukds comensales  interactuan + con su BB q con los valientes q nos emos resistido a regalar nuestro tiempo al mejor postor.

Y para terminar, el gran argumento económico de quienes ya son esclavos de ese artiluigio, lo discuto desde la intuición: "Somos ahora más eficientes y productivos, podemos resolver problemas y tomar decisiones permanentemente". Primero, que a alguien le guste poder trabajar hasta cuando está sentado en el inodoro me resulta medio enfermizo. Segundo, que a eso se le llame eficiencia es un espejismo y una imprecisión económica. Si hacemos un ejercicio simplemente aritmético, sin la rigurosidad científica que merece un debate como este, los minutos que se gastan los BB dependientes en su oficina, donde realmente están siendo remunerados para ser eficientes y productivos, en hablar con sus amigos sobre el restaurante donde irán en la noche a seguir revisando sus correos, echándole los perros a sus novias o revisando páginas web que no tienen relación alguna con su desempeño laboral, sospecho que son más que los que gastan, sentados en la supuesta privacidad de su casa, en resolver problemas a su jefe.

La tecnología está logrando modificar las conductas cotidianas, pero no siempre en el sentido en que muchos quisiéramos. Extraño una historia sin PIN.

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